
San Pedro con su carpeta y su lápiz en la oreja me esperaba.
– Nombre?
- Katia Leiva contesté sin saber que gesto poner
- Si si aquí te tengo hija, ¡Bienvenida!
Sonreía con alivio hasta que noté una miradilla perversa, De San Pedro? me pregunté… no él no puede tener malas intenciones.
- Hija antes de dejarte pasar, necesito preguntarte algo, no te preocupes es solo un ejercicio de rutina, una simple burocracia.
- Dígame Señor San Pedro
- Déjalo en San Pedro, hija no tienes que ser tan formal
- Esta bien San Pedro. Trate de fingir una sonrisilla
- Muy bien pues la pregunta es la siguiente: Alguna vez en tu terrícola vida bailaste reggaeton?
Sentí como el sudor me bajaba por la frente, mi cerebro recién fallecido no podía elegir la mejor respuesta. Respondí lo que primero se me vino a la cabeza. – No
Su mirada espejeo y tomó su lápiz, puso una equis en un cuadrito. Dí un paso para que me permitiera la entrada, suave pero firme extendió su brazo para impedirme el paso.
- Hija mía siento decirte que no te puedo dejar pasar
- Qué dice?
- Si nunca has bailado reggaetton no sabes que es caer en lo más bajo
- Y?
- Pues sólo aquellos que han tocado fondo y han luchado por salir son aquellos que merecen el cielo, no aquellos que evitaron el dolor.
Quise maldecir, pero me dio vergüenza enfrente de San Pedro, por qué se me habrá ocurrido mentir?
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